Cuatro cócteles clásicos que permanecen: elegancia en un vaso

La ropa habla de nosotros, pero también lo que tomamos. Igual que un buen guardarropa, hay bebidas que se mantienen vigentes no por moda, sino por carácter. El cóctel clásico no compite con las tendencias: las supera.

Aquí cuatro que atraviesan décadas y siguen diciendo lo mismo: que la elegancia también está en la elección.

Negroni

Nació en Florencia en 1919, cuando el conde Camillo Negroni pidió que reforzaran su Americano con ginebra en lugar de soda. El resultado fue un trago amargo, equilibrado y vibrante que conquistó a Europa.

Es un cóctel breve, intenso, perfecto como aperitivo. Ideal para conversaciones al inicio de la noche, en un bar de luces bajas o antes de una cena larga. El Negroni enseña que el estilo no siempre es dulzura: también puede ser amargura bien medida.


 

Martini

El Martini no es un cóctel: es un ritual. Ginebra y vermut seco en la proporción justa, servido en la copa más reconocible del mundo. Su historia se remonta a finales del siglo XIX, pero alcanzó el estatus de ícono en los bares de Nueva York y Londres a mediados del XX.

Es una bebida sobria, exigente, que pide calma. No se toma corriendo ni se improvisa. Un Martini funciona en citas íntimas, en bares elegantes, en momentos donde el silencio dice más que las palabras.



Old Fashioned

Su nombre lo dice todo: “a la antigua”. Es considerado el primer cóctel de la historia (siglo XIX), y todavía sobrevive entre modas. Whisky, azúcar, bitter y un toque de agua: simple y contundente.

El Old Fashioned es un trago para el final de la noche, cuando la conversación ya se volvió lenta y la música bajó de volumen. Tiene la sobriedad de lo clásico: no busca impresionar, busca permanecer.


 

Boulevardier

Nació en Nueva York a finales del siglo XIX y desde entonces se convirtió en un símbolo de la coctelería clásica. Con base de whisky de centeno, vermut dulce y un toque de bitters, el Manhattan es un cóctel serio, con carácter profundo y sofisticado.

No es un trago de prisa: se sirve en copa fría, y pide un ambiente a su altura. Suave al inicio y firme en el fondo, es ideal para una velada formal, un bar elegante o una conversación larga.

El Manhattan representa lo que define a los clásicos: equilibrio, presencia y permanencia. Igual que una buena prenda, no necesita excesos para imponerse: basta con la medida justa.



Cada uno de estos cócteles demuestra lo mismo que una buena prenda: la permanencia está en los detalles, en el equilibrio, en la intención con que se elige.